JULIO SCHIAPPA PIETRA-EDITOR

24/11/08

BIENVENIDOS A LA NEOMODERNIDAD

Editorial
Adjunto dos notas excepcionales, una de reflexiòn sobre la crisis mundial (publicamos la primera parte) y otra que señala el nuevo rol del estado,en el contexto del derrumbe de las instituciones post II Guerra y de la pèrdida de credibilidad en los gobiernos y las instituciones financiera del capitalism post Muro de berlin.
Oscar schiappa dice que la crisis financiera encierra implicancias històricas en la gobernanza global y Fernando Vales Pin, del diario El Pais (España) habla del nuevo rol del estado.
Lo que se avisora es un panorama ante el cual no caben los triunfalismos y es mejor acomodarse a la realidad
antes que los desordenados cielos de la crisis truenen y sus relámpagos acaben con las ilusiones de los bárbaros que-còmo en la Guerra del Fin del Mundo-tocan trompetas de victoria en tiempos de cautela.
Que los fenicios del capitalismo casino no se salgan con la suya, el respetable sistema de mercado y la democracia pueden subsistir, si ellos y sus pràcticas irresponsables son perseguidas cómo todo buen policía persigue a los carteristas.
Julio Schiappa
Editor
Reflexiones al Pie de la Crisis
Por: Oscar Schiappa-Pietra
Asesor del Secretario Nacional de Planeamiento de Papúa Nueva Guinea. Ex Director Ejecutivo de la Agencia Peruana de Cooperación Internacional (APCI)
Síntesis: La actual crisis financiera internacional encierra implicancias históricas que ponen en evidencia deficiencias fundamentales de la civilización: en los sistemas de gobernanza global y nacional, en nuestra capacidad para comprender la dinámica realidad contemporánea y reaccionar coherentemente frente a ella, en los paradigmas éticos predominantes, en nuestros moldes ideológicos, etc. El autor propone coordenadas para la reflexión interdisciplinaria sobre esta desafiante y multifacética situación.
Nadie puede predecir con certeza el decurso que seguirá la actual crisis financiera internacional, pero existe consenso sobre su extrema gravedad. Es la peor desde el crash de 1929. Warren Buffet la considera un “Pearl Harbor económico”, aunque en esta oportunidad el enemigo está adentro . Se está desenvolviendo ante nosotros el segundo hito histórico global del nuevo milenio, al lado del ataque terrorista del 11 de setiembre de 2001; pero, mientras los impactos directos de éste fueron significativamente focalizados, ahora la globalización se ensaña en mostrarnos su vasto potencial destructivo, ciertamente sin arredrarse ante las fronteras nacionales.
El Premio Nobel en Economía, Joseph Stiglitz, compara la crisis actual con la caída del Muro de Berlín, en 1989; pero si acaso ésta significó -en la singular perspectiva de Fukuyama- el fin de la Historia y el triunfo del liberalismo, ahora asistimos al fin del capitalismo como lo hemos conocido: el que ha sido capturado por el fundamentalismo libremercadista, por la codicia ilimitada, por la ética monocorde del dinero, por el complaciente repliegue del Estado. Somos testigos pues de un punto de inflexión en la Historia , pero también de nuestro modo de encararla y de admitir sus evidencias.
La debacle actual tiene, por su magnitud, implicancias geoestratégicas: “[…] a los ojos del mundo, el liderazgo estadounidense en materia financiera ha sido puesto en cuestión. El ahorro del resto del mundo se dirigía hacia el mercado estadounidense porque éste ofrecía, no sólo liquidez, sino también seguridad; esto ha cambiado. El cambio será real, aunque imperceptible, y consolidará lo que va siendo un hecho: el desplazamiento del centro de gravedad del mundo económico de Occidente hacia Oriente”. 1
Pero esta crisis pone también en evidencia otras cuestiones críticas que trascienden largamente el ámbito de la gestión económica y las finanzas. El presente ensayo propone algunas apuradas notas para reflexionar sobre los impactos multifacéticos de la actual hecatombe financiera global.
1. CAOS EN LA GOBERNANZA GLOBAL
Los efectos de la crisis no pueden ser contenidos dentro de las fronteras de los Estados Unidos, el país que la ha gestado. Las redes financieras globales actúan como espada de doble filo: la integración dentro de ellas torna más vulnerables a los países frente a shocks sistémicos; pero, a la par, esa misma integración aumenta la capacidad para disipar los efectos de tales shocks.2 Sin embargo, carecemos de mecanismos institucionales de gestión global (normas, instancias decisoras y supervisoras, etc.) que permitan prevenir los riesgos, acotarlos, y, en general, administrarlos eficientemente. No existe ni un Banco Central ni una entidad de supervisión financiera con competencias globales, y acaso seremos incapaces de crearlos en las próximas décadas. El Fondo Monetario Internacional (FMI) viene afrontando su propia crisis de identidad y legitimidad; y el Banco de Pagos Internacionales (sus siglas en inglés: BIS), radicado en Basilea, es una mera asociación de Bancos Centrales nacionales con importantes pero muy limitadas funciones.3
Existe una evidente tensión cuando las finanzas se globalizan pero su regulación sigue siendo nacional. La actual crisis se origina en los Estados Unidos pero estuvo influida de modo importante por excedentes masivos de ahorros en algunos países y por el consiguiente exceso de liquidez, que trajo abajo las tasas de interés y estimuló el crédito irresponsable aquí. Esos desbalances internacionales fueron a su turno causados en parte por tasas cambiarias desajustadas. La supervisión global de la regulación financiera y cambiaria no puede seguir siendo ignorada.4
Reveladoras son las declaraciones de la Ministra de Finanzas de Francia, Christine Lagarde, frente al reclamo de forjar un plan multinacional en el seno del G-7 para enfrentar la crisis: “No se imaginen que tendremos una respuesta armonizada que será igual para todo el mundo pues usted no puede aplicar el mismo método a situaciones diferentes”.5 Pero la buena noticia es que, atizados por el agravamiento de la crisis durante la primera quincena de octubre de 2008, los gobiernos de la mayoría de países industrializados se han visto compelidos a forjar una inusual convergencia de políticas económicas para encararla. Esta convergencia debe significar el punto inicial de un esfuerzo de largo aliento para reformar radicalmente la gobernanza financiera global.
Llama a reflexión la dificultad mostrada por la Unión Europea -alegado modelo de gobernanza internacional posmoderna- para acordar un programa comprehensivo común para encarar la crisis6. Y también resulta conmovedor que la Asamblea General de las Naciones Unidas se encuentre sesionando en el epicentro mismo de la crisis -Nueva York- y durante los peores momentos de ésta, pero que nada haya aportado para coadyuvar a superarla, fuera de las declaraciones grandilocuentes contenidas en los discursos de los Jefes de Estado asistentes a tal foro. Resulta particularmente grave que, ante una crisis de tamañas implicancias globales, el Sistema de las Naciones Unidas exhiba tan ostensible irrelevancia.
Requerimos gestar consensos para erigir una arquitectura de la gobernanza financiera global que pueda responder eficaz y decididamente a los desafíos contemporáneos. Esto implica, ineludiblemente, ceder soberanía en una dimensión particularmente sensible para las autoridades nacionales. La reelaboración de los instrumentos constitutivos del FMI y del BIS -para ampliar sus mandatos, fortalecer sus capacidades normativas y de supervisión, y democratizar su funcionamiento- debiera marcar el paso inicial en tal rumbo.
Esta esfera de reflexión tiene aun implicancias mayores: ¿es suficiente abogar por la creación de instituciones especializadas de gobernanza global, o en puridad lo que requerimos es recuperar el antiguo anhelo de contar con un Gobierno Global? Esta es una cuestión que trasciende las dimensiones principistas o de viabilidad, pues tiene que ser centralmente resuelta en función de consideraciones de eficacia.
2. CRISIS DE GOBERNANZA
En el contexto de la globalización y de la hegemonía del pensamiento único libremercadista, el péndulo se ha ladeado obsesivamente hacia la desregulación. Este es un proceso cuya evolución ha trascendido la dimensión ideológica, pues se ha visto alimentado por el inmenso poder de los lobbies financieros, lo cual plantea un cuestionamiento adicional sobre la calidad de la democracia y del Estado de Derecho. Dejando de lado obsesiones ideológicas -genuinas o alquiladas-, la salud de los mercados financieros demanda mayores niveles de cautela del interés público, pues la posición diametralmente opuesta, fundada en la falacia de que los mercados se regulan solos, es la que acaba implorando, al pie de la tumba, por el masivo intervencionismo estatal -los denominados “ programas de rescate ” -. Aunque este resultado puede resolver problemas coyunturales, es inaceptable para la racionalidad del libre mercado y cuestionable desde una perspectiva democrática. Por consiguiente, un factor medular para superar la actual crisis financiera global es el crear efectivos mecanismos de regulación y supervisión de los agentes financieros, cuyo inmenso poder y codicia los estimula a internarse en la selva de la desregulación y de la irracionalidad enceguecida ante los riesgos.
Particularmente reveladores, a ese respecto, son los debates sostenidos en el Congreso de los Estados Unidos para aprobar el plan de rescate del sistema financiero, cuyo precio asciende a la friolera de 700 mil millones de dólares. La propuesta, inicialmente formulada por el Ejecutivo, concedía poderes ilimitados al Secretario del Tesoro para disponer de esos fondos, ante lo cual el Presidente del Comité de Banca del Senado, el senador demócrata Christopher J. Dodd, sostuvo: “Luego de leer esta propuesta, sólo puedo concluir que no es sólo nuestra economía lo que está en riesgo, Señor Secretario, sino también nuestra Constitución”. 7 Igualmente significativo es el énfasis puesto por variados actores en cuestionar la equidad de tal rescate, que fuerza al contribuyente de a pie a asumir costos generados por la irresponsable conducta de los barones de Wall Street . 8
La Historia registrará esta crisis y nos juzgará según seamos capaces de crear las condiciones que impidan repetir los sesgos, errores y omisiones que la han causado; y de acuerdo a cómo encaremos las perversiones morales e institucionales que le brindaron cimiento. Lo que está puesto en cuestión es bastante más que números y dinero, y el colapso del mercado financiero global encierra causalidades comunes con otras variadas dimensiones de nuestra convivencia planetaria, que también estamos negándonos a encarar. Tenemos que responder a los retos actuales con lucidez y coraje para crear un marco de gobernanza global que asegure la prosperidad y la sostenibilidad de nuestra civilización.
¡Bienvenidos a la neomodernidad!
Articulo de Fernando Vales Pin-El Paìs-España
La posmodernidad ha muerto. Con la crisis termina el culto al caos, el individualismo y lo identitario. Vuelve el Estado, el mejor gestor del orden, la seguridad y la estabilidad, así como de la igualdad y la protección social
Toda crisis, y ésta parece ser de las más profundas, introduce una importante cesura en el tiempo histórico. Nunca es un corte drástico, desde luego, siempre hay elementos de lo viejo que siguen perviviendo en lo nuevo. Pero sí sirven al menos para hablar de un antes y un después. Y creo que esto es lo que va a ocurrir con esta nueva crisis. La gran cuestión es si somos capaces de anticipar los rasgos básicos de la sociedad que viene, si podemos saber en qué se diferenciará de lo ya conocido. Tengo para mí que la sociedad del futuro inmediato abandonará algunos de los rasgos más conspicuos de eso que hemos venido calificando como posmodernidad para volver a muchos de los de la anterior fase moderna sin que ello signifique un pleno retorno a ella. Será una novedosa y curiosa síntesis de presupuestos modernos bajo las condiciones objetivas de una sociedad global y mucho más compleja, una neomodernidad. Especulemos.El rasgo más marcado del cambio, ya lo estamos viendo, es el renovado protagonismo de la economía. Frente a la prioridad que en la anterior fase posmoderna acabó teniendo lo cultural -en un sentido lato-, se alza ahora lo económico como el factor central de la actividad humana. Por el momento, habrá que arrinconar tesis como la de Huntington, que creía ver en lo identitario-cultural la esencia del conflicto contemporáneo. Tanto en la dimensión política global como en la interna, los conflictos en torno a la distribución de los recursos pasarán al centro del interés y se postergarán los identitarios. La redistribución, la lucha contra la desigualdad, volverá a dominar el debate político después de haber sido durante décadas la gran cuestión olvidada. Regresarán los clásicos conflictos sociales con raíz de clase y es previsible imaginar una reverdecida presión para alcanzar una mayor equidad fiscal. ¿Cómo justificar ahora, por ejemplo, ante la nueva menesterosidad, el escapismo fiscal de que han venido disfrutando los más privilegiados? No deja de ser irónico que la elección de Obama, que representa un hito en las "luchas por el reconocimiento" posmodernas -de minorías étnicas en este caso-, acabe por significar la afirmación de políticas de igualdad frente a las de la "diferencia".Valores como solidaridad, igualdad, autoridad, esfuerzo, responsabilidad, cotizarán al alza. Los clásicos valores densos de nuestra herencia moderna postergarán a los más ligeros -líquidos, en la jerga de Bauman- del "todo vale", la gratificación inmediata, el hiperconsumo, la autorrealización individual. No saldremos de eso que los sociólogos califican como "individualización", pero habrá una tendencia a moderar el individualismo y el privatismo radicalizado en aras de un mayor compromiso con los objetivos sociales generales. Todo ello en nombre del gran valor de la modernidad: el orden. Lo ambivalente, ambiguo, relativo, esos rasgos esenciales del pluralismo posmoderno, serán mirados con sospecha. Orden y seguridad, asociados a bien común y solidaridad, tienen garantizada buena prensa en momentos en los que acucia la necesidad y el miedo. El gran gestor del orden, la seguridad y la estabilidad, pero también de la protección social más general, ha sido siempre el Estado, el héroe de la modernidad clásica. Parece obvio que volverá a gozar de una renovada legitimidad. Un Estado al que seguramente se le exigirá mucho más de lo que está en condiciones de dar. Pero será el gran protagonista de los tiempos venideros.A la vista del actual agotamiento de los procesos de integración regional y de la afirmación de los nuevos Estados emergentes, la política de la nueva sociedad global se sujetará más a la clásica pauta de la colaboración "inter-nacional" que a la gobernanza "transnacional" propiamente dicha. "Gobernanza entre Estados" y geopolítica clásica. Es un craso error en momentos en los que mandan las interdependencias y la solución de problemas pasa por poner en común importantes dimensiones de la soberanía (sovereignty pooling).Ad intra el Estado garantizará también medidas que calmen la ansiedad ante la inmigración, más fronteras, mayores garantías de los intereses nacionales, menor predisposición a tolerar los mecanismos de autoorganización social. Vuelta al big government y a las certidumbres locales, a la tentación de reafirmar el egoísmo de país, la razón de Estado, el paternalismo burocratizado. Parece una demanda difícil de resistir si es reclamada por los ciudadanos y dentro de una competencia entre Estados por ver quién es capaz de resolver mejor sus problemas por sí mismo. Aunque, no nos equivoquemos, si emprendemos esta senda entraremos en una importante crisis de gobernabilidad. Necesitamos nuevos instrumentos políticos para resolver los acuciantes problemas sociales heredados.Tanto la vuelta a los nuevos / antiguos valores densos como el protagonismo estatal ofrecerán una nueva oportunidad a las políticas de izquierdas. Habrán recuperado, por decirlo así, las palancas sobre las que se apoyaban para emprender reformas. Es hasta posible que los sindicatos recuperen una parte de su poder y prestigio perdido. Pero huérfanas de un claro sentido de la idea de progreso y en su énfasis por gestionar una política dirigida a evitar los grandes males -desempleo, pensiones, pérdida de competitividad- abandonarán gran parte de su dimensión utópica. Se tratará de izquierdas administradoras de la nueva escasez, un papel que ya hubieron de asumir en otros tiempos históricos. Sus programas los dictará más la conservación de lo ya alcanzado que lo que queda por conseguir; administrar las pérdidas más que anticipar las ganancias derivadas de emprender un nuevo camino.Un liderazgo acertado podrá, en todo caso, aprovechar la ocasión para desprenderse de los modelos fracasados y reconducir el orden social hacia un nuevo contrato social, un pacto social-democrático de nuevo cuño que sea capaz de trasladar la parroquial política estatal hacia una más decidida política de colaboración sintonizada a las dos dimensiones ya imprescindibles: la esfera transnacional y la cooperación con la sociedad civil. La política del futuro deberá estar menos pendiente de la gestión directa que de la impulsión y galvanización de acuerdos, iniciativas, persuasión, movilización ciudadana. Y esto último parece absolutamente decisivo en unos momentos en los que el imprescindible retorno de la política sigue encontrando un inmenso escollo en la desconfianza que amplios sectores de la ciudadanía siguen sintiendo hacia lo político.No es de excluir, sin embargo, una alternativa que recupere la esencia del ya conocido populismo de derechas, la tozuda vuelta al Estado de ley y orden alimentado por un nacionalismo revivido. Fronteras, xenofobia, reafirmación de las identidades nacionales. Sería la otra dimensión, mucho más siniestra, del conservacionismo rampante. Es un discurso que encuentra el terreno abonado en situaciones de crisis, sobre todo si es capaz de engarzarse con éxito a los nuevos temores y consigue dar con una fórmula retórica capaz de catalizar el descontento general.Con todo, el triunfo de Obama nos ha ubicado ante una ruta más positiva. Y nos ha dado las claves para recordar que, a pesar de todo, hay una inmensa fuente de poder social creativo que puede ser movilizado políticamente si encontramos las claves necesarias para hacerlo realidad. En democracia no hay poderes que estén cristalizados de una vez por todas. El poder es energía social que fluye y que siempre podemos ser capaces de canalizar hacia aquellos fines que merezcan ser emprendidos. Hoy no podemos eludir una orientación realista que, pragmáticamente, tome en consideración lo dado. Pero el nuevo pensamiento único de la rígida defensa de lo que existe no será capaz siquiera de satisfacer este objetivo si se aferra a las viejas certidumbres y a los antiguos instrumentos de acción política. Se echa en falta imaginación, liderazgo y un claro proyecto de futuro. Menos "conservacionismo" y más sentido del progreso.Lo decisivo de esta vuelta a la modernidad que se atisba en el horizonte es el contenido de que vayamos a dotar a lo nuevo de la neomodernidad, la forma en la que seamos capaces de extraer las consecuencias oportunas de la experiencia histórica y la aprovechemos para innovar social y políticamente. Si se recupera la política el futuro estará siempre abierto.